lunes, 23 de enero de 2012

¡Somos Juanito el Pirata!

¡Hola amigos!. El otro día nuestras seños nos contaron el cuento de Juanito el Pirata. Como nos gustó tanto, les dijimos a las seños que nos lo volvieran a contar al día siguiente.Hoy al llegar a clase nuestras seños nos han vuelto a contar el cuento, pero esta vez de forma diferente. ¡Sí, como lo estais oyendo!. No lo han contado mediante un vídeo, en el que los muñecos eran de plastilina. Después de verlo las seños nos han comentado que este cuento tiene una canción. Nos han preguntado que si queríamos aprenderla y ¿Qué creéis que les hemos contestado? Pues que ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!. ¿Queréis que os pongamos el vídeo para que lo veais y la canción para que podaís cantarla también vosotros? Pues seguid leyendo....



CANCIÓN
PIRATATA, PIRATATA,
PIRATATATATAAAA
PIRATATA, PIRATATA,
PIRATATATATAAAAAA.
Juanito es un pirata,
con pañuelo rojo,
la pata de palo
y un parche en el ojo.
PIRATATA, PIRATATA,
PIRATATATATAAAA
PIRATATA, PIRATATA,
PIRATATATATAAAAAA.

Autor: Juan Rafael Muñoz Muñoz

¡VAMOS A CREAR UN LIBRO!

¡Hola a todos y todas! Hoy hablando con nuestras seños en la asamblea, se nos ha ocurrido una idea realmente FANTASTICA. Hemos pensado en crear nuestro propio libro, si como lo estáis oyendo, pero no un libro cualquiera, sino un libro de cuentos, un libro que sea propio de nuestra clase. Por lo que en él se reflejaran los cuentos que más nos gustan a todos y cada uno de los compañeros y compañeras de nuestra aula y ¿cómo no? las seños también participan.
A continuación os mostramos algunos de los cuentos que irán en nuestro libro:

CAPERUCITA ROJA


Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
    Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
    Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
    De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
    Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
    Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
    El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.
    La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
    Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
    El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
    Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.     
    En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.
FIN


LOS TRES CERDITOS


    En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.
    El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.
    El mayor trabajaba en su casa de ladrillo.
- Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande.
    El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.
    El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí.
    Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.
    Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.
    Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.
FIN


LA HORMIGA Y LA CIGARRA

En uno de los ciruelos de «la balsa» vivía una cigarra. Se pasaba el día cantando, bailando y riendo. Se diría que estaba en el mundo para cantar. La primavera llegaba a su fin y la esperanza de un largo y caliente verano llenaba a la cigarra de alegría y entusiasmo. El árbol donde vivía le proporcionaba mosquitos, escarabajos, y otros animalejos para comer. Su única preocupación era pues afinar las cuerdas de su garganta y cantar desde la mañana hasta la tarde.
Debajo del ciruelo y casi pegado al tronco, había un hormiguero. Cientos de hormigas trabajaban en grandes procesiones desde que amanecía hasta bien entrada la noche. Unas arrastraban insectos muertos; otras, semillas de todas las clases, pero ninguna estaba ociosa. Día tras día, almacenaban provisiones en las profundas y oscuras cavernas del hormiguero.
La cigarra no podía entender el ir y venir de las hormigas, su trajín de cada día sin descanso ni reposo. Y, sobre todo, no podía comprender el silencio de tanta gente. ¡Con lo bonito que está el sol! ¡Con lo fácil y sencillo que resulta ganarse el pan del día! ¡Con lo hermoso que es recorrer las ramas del ciruelo y aspirar el aroma de las primeras flores, unirse al coro de los pájaros y cantar a la vida y al cielo azul!
Un día pensó hablar a las hormigas. No es posible —pensaba— que (se) pasen el día cabizbajas, de espaldas al sol, silenciosas y vestidas siempre de negro como viudas.
Y se acercó al tronco del ciruelo, cantando con más entusiasmo que nunca.
—Pero, amigas mías —les decía—, ¿cómo están Vds. siempre tan trabaja doras y silenciosas? Miren cómo está la naturaleza de alegre y de hermosa: el sol, las flores, la fuentecilla de «la cambija», el cielo azul... Dios va a castigarlas porque no gozan de la vida, pensando en llenar los graneros, ahorrar y almacenar...
Las hormigas iban y venían sin levantar la cabeza. Sabían que era una charlatana empedernida y no le hacían caso.
Tanto insistió la cigarra que una de las hormigas más ancianas se dirigió a ella mientras se secaba el sudor y descansaba un rato.
—Amiga cigarra —le respondió—, bien sabemos que el sol es hermoso y las flores y el cielo azul y todo lo que quieras. Pero también existe el otoño y el invierno. Nosotras somos una familia muy numerosa, y si no trabajamos ahora en el verano y no recogemos alimentos y llenamos hasta arriba los graneros, llegará el invierno y todas moriremos de hambre. Tú cantas ahora y bailas y gozas; nosotras descansaremos y bailaremos en el invierno, cuando la nieve cubre el campo y el frío no nos deja salir ni abrir la puerta de nuestra casa.
La cigarra escuchó las razones de la anciana hormiga y por un momento pareció entender la necesidad del trabajo y del ahorro. Pero en cuanto perdió de vista el hormiguero, se olvidó de los buenos propósitos y comenzó a cantar, a bailar y a pasear.
Poco a poco fue pasando el verano. Los días se iban acortando, el sol no tenía tanta fuerza. El cierzo de la peña hacía las tardes insoportables y escaseaban los insectos. La cigarra empezó a sentir los primeros aguijones del invierno. Estaba desganada y sin fuerzas para nada. Sólo a mediodía se sentía a gusto y con bríos para cantar y bailar.
Las hormigas en cambio seguían su trabajo, insensibles a todo lo que les rodeaba.
Un día, amaneció tan nublado y tan frío que la cigarra no pudo salir de su escondrijo. No podía ni moverse. Estaba tan hambrienta y pálida que pensó morir.
A mediodía salió por fin el sol, y sin pensarlo más, se dirigió al hormiguero a pedir auxilio.
Llamó a la puerta y esperó temblando de frío.
—¿Quién llama? —respondieron desde adentro.
—Soy yo, vuestra amiga la cigarra. Estoy hambrienta y no tengo nada para comer. Por el amor de Dios, denme algo que Dios se lo pagará.
Pero las hormigas no abrieron la puerta por temor al frío y al viento. Todo el hormiguero estaba calentico y la comida sobraba por todas partes.
—¡Oh, amiga cigarra! Ya no es tiempo de pasear ni de buscar comida. ¿Qué hiciste durante el buen tiempo que ya se te acabó la despensa?
—Yo cantaba y bailaba todo el día. Dios me puso en la tierra para eso, para alegrar los campos y los árboles con mis cantos y alegría. ¡Denme una limosnita que Dios se lo pagará!
Pero las hormiguitas se rieron y más que nunca se convencieron de lo tonta y loca que era la cigarra.
—¡Que Dios te ampare, amiga cigarra! —contestaron todas haciendo coro—. Sigue cantando y bailando que nosotras no te abriremos ni ayudamos a los vagos y charlatanes como tú.
La cigarra se puso triste y llorosa lamentando haber perdido los hermosos días del verano. Y sintió un terrible escalofrío cuando vio en la peña las primeras nieves. Se abrigó cuanto pudo y se fue derechita y en silencio a su casa solitaria.
Y colorín colorao
este cuento se ha (a) acabao.

FIN

sábado, 21 de enero de 2012

Nos vamos de excursión

Hoy la maestra nos ha dado una muy buena noticia. Nos ha dicho que el próximo lunes visitaremos la granja-escuela de Lucainena de las Torres. No nos ha querido contar mucho pero  nos ha hablado de que allí podremos ver animales, como las vacas, podremos plantar tomates y lechugas, recoger aceitunas y otras frutas, dar de comer a las cabras, etc. Estamos deseando que llegue el día pero antes papa y mamá tendrán que darnos su autorización. Esperamos pasarlo muy bien.
¡Que ganas!